Leyendas de Bajo Perquin, En la comuna de San Clemente

Leyendas de Bajo Perquin.

La noche cae plácidamente sobre las tierras del valle, comienza el cantar misterioso las aves y criaturas del lugar, algunos dicen que son los guácharos, los pájaros ciegos, que revolotean aprovechando la ausencia de luz que daña sus delicados ojos, otros aseguran que son los brujos que salen a merodear y a martirizar a los mortales. En la lejanía, y en la orilla del caudaloso río, los pescadores hacen sus fogatas, única fuente de luz que quiebra la oscuridad. Al caminar por la rivera, me cruzo con uno de ellos. Delgado anciano, de marcados rasgos Quechua, mirada cansada sobre una cana barba, en cuclillas hábil y equilibrado, muy abrigado con coloridos tejidos para arriba, pero en roñosos calzoncillos y pies descalsos sobre la arena mojada. Sobre sus hombros quedaban resto de "mixtura" que indicaba que durante el día algo se había celebrado. Me dirige la palabra, pero no le entiendo lo que me dice. -"Tu no eres de aquí"- me dice a continuación.- "¿Cómo lo sabe?"-respondo descolocado. -"Te he hablado en quechua y no me haz respondido". Bastó un pequeño intercambio de palabras para que la confianza se hiciera presente y se instalara en nuestra conversación. Plácidamente sus palabras como arrancadas del río comienzan a fluir, a ser un acompañamiento más de las luciérnagas que furiosas respondían con sublimes chispazos a los relámpagos de las nubes en el horizonte. Maico era su nombre, es de origen quechua, su piel curtida por el sol y aderezada por la humedad, dejaba verse aún con la titilante luz de las llamas que la fogata, las cuales danzaban torpes tratando de imitar el vaivén de las caderas de una bailarina de"kullawada". La noche siguió avanzando, y el viejo como divino tesoro extrajo de una vieja bolsa, coloridamente tejida y guardadora de secretos milenarios, un puñado de hojas de coca, y me invita a "Pijchar" (mascar la hoja). Aunque al principio no me gusta su sabor, lentamente se adormece mi boca y es reemplazado por el cadente y adormilado mascar de las hojas de ese milenario arbusto.
Al soltar su mágico jugo, las historias comienzan a fluir, en un muy mal español, que deja impúdicamente escapar más de alguna palabra en quechua, huaraní, o algún otro dialecto que para alguien poco experimentado como yo sería difícil de clasificar (y que lamentaré no poder imitar exactamente para relatar aún mejor mi experiencia). En las sombras, entre los arbustos, los grillos por un momento se silenciaban, se perciben los abiertos ojos de las criaturas nocturnas de la selva, que dejan de lado sus quehaceres para prestar el máximo de atención a lo que Maico comienza a narrarme:
-"¿Haz bajado por la escalera del chorro?"- Me pregunta. "Si" - le contesté.-"Y , ¿haz contado cuántos escalones tiene?" -"¿No, por qué?" - dije mirándole asombrado. - "Porque en noches de luna llena como ésta, ocurre una peculiaridad... Se dice que hubo un joven trabajador de apellido Quispe, quien trabajó en la construcción de la escalera, junto a la pequeña cascada. En una ocasión, se quedó trabajando hasta muy tarde, en una noche de lluvia tormentosa, cuidando que el cemento no fuera desmoldado de la madera que le retenía. Sorpresivamente, vió en el chorro de agua que cae por el lado, una pequeña niña que le miraba. -"Eh, niña, vete a tu casa que te estás mojando"- La niña palideció, con rostro inexpresivo. El trabajador se acercó a ella para preguntarle que por donde había bajado hasta ahí, y decirle que no podría subir por la escalera de cemento freso. Pero al acercarse, cual un alma, la niña retrocedió adentrándose en las aguas del chorro, y perdiéndose en ellas como una vela extinguiéndose suavemente. El trabajador desesperado corrió a salvarla, pero cual sería su sorpresa al meterse en la cascada, no pudo encontrar nada ahí. Esa noche no durmió. Al otro día espantado corrió a contar lo que le había ocurrido, al pueblo de Villa Tunari, pero sólo logró arrancar carcajadas entre quienes le escuchaban. Más, de la muchedumbre, avanzó una anciana, que le preguntó que cómo era esa niña. Al describirla, el rostro de la anciana palideció, coincidía perfectamente con la descripción de su hija, muerta hace muchos años precisamente en el chorro de agua. Narró su historia a los presentes: la desdichada niña, en un caluroso día, bajó a refrescarse en el chorro. Alegre y vivaz como era, sus risas inundaban de música y competían con el ensordecedor ruido de las aguas cayendo. Pero una vez al interior de las aguas, sorpresivamente le cayó en el cuello, una víbora que venía nadando por las aguas altas del manantial. El reptil, traicionero, mordió a la niña inyectándole su mortal veneno. La pobre se desplomó como un ángel sin alas sobre el empedrado fondo. Se dice que las víboras son animales muy celosos que no gustan ver risas en la boca de la gente. Tras la muerte de la niña, el pueblo cayó en luto. Y como era una niña muy pobre, su madre no tubo para enterrarla en un cementerio. Así los restos del ángel fueron sepultados cerca del lugar de su muerte. Aquella cascada que le vio reír y morir, en un desdichado día. Desde entonces hay quienes aseguraban haber escuchado la risa de una niña en el fondo de la cascada" . -
El viejo sacó algunas hojas de adormecente coca, me dió un poco y las restantes se las echó en su boca y mascando devotamente, continuó su relato.-"Varias noches después, el trabajador, obligado por su capataz, amenazado de que no se le pagaría su labor, se quedó nuevamente terminando la escalera hasta avanzada la noche. Cuando estaba ya a punto de terminar el último escalón, un sonido le congeló la sangre... Era el sonido de unos pasos que quedamente descendían por los peldaños, más nadie se veía producirlos. El miedo fué tan grande que corrió en dirección contraria adentrándose en lo oscuro de la noche... Alguién contó que a lo lejos unos pescadores le vieron correr al río, y perderse en sus turbulentas aguas. Nunca más se supo de él hasta el día de hoy, y ese inconcluso peldaño se dice que en noches de luna, aparece, para aumentar en uno, la cantidad de peldaños de la escalera del chorro. Se cuenta que si bajas por ella, contándolos, y encuentras ese peldaño faltante, la Pachamama te concederá un deseo, una virtud para tu alma pura. Pero ay de aquel, que presa de la ambición, desee sólo bienes materiales para el disfrute propio... Automáticamente ese deseo bendito se transformará en una maldición, que lo atormentará hasta el final de sus días... y aún más allá.".
Con esas palabras, el viejo concluía su relato. Las llamas casi extintas de su fogata apenas dibujaban un tímido brillo en sus ojos, perdidos en lontananza. Hubo silencio. A lo lejos los truenos parecían aplaudir el relato del anciano. El bolo de mi boca de las ovaladas hojas de coca, me habían adormecido los sentidos, y un sueño de oscuridad avasalladora se instaló sobre mi alma. La falta de costumbre al pijchar, me jugó una mala pasada, relajándome hasta casi quedarme dormido sentado. Así entre cabeceos, y con los párpados adormilados, pude ver, casi de reojo, como el anciano se levantaba sobre la demacrada musculatura de sus piernas. Caminó hacia la orilla del río, lentamente, sin decir palabra.
Y aunque traté de incorporarme, no lo pude hacer. Así entre parpadeos, no estoy seguro, y créanme que hasta yo desconfío de mis sentidos en ese estado... Pero juraría que lo vi sumergirse en las oscuras aguas del río acompañado por una niña... como prisionero de un mal pedido deseo...

Alvaro ilustrador