Dibujos de huaso chileno bailando cueca


Tiqui-tiqui-tí, se nos viene el 18 de septiembre, fecha de fiestas y alegría, en donde se celebran las fiestas patrias de Chile. Y que mejor ocasión para recordar nuestras raíces, nuestros bailes y nuestros juegos nacionales, como el "palo encebado".

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Y muchos necesitarán ir recopilando dibujos y fotos de huasos bailando cueca, para adornar sus salas en sus escuelas, así que contribuiré con algunos para imprimir. Sólo debes hacer click sobre la imágen para que se abra de su tamaño completo e imprimirla.

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( Los dibujos de los huasos fueron realizados por Arte Risso, quien me los facilitó para compartirlos con ustedes ).

Traje de Huaso Chileno (Vestimenta tradicional)


Traje de huaso, el traje típico chileno.

Huaso chileno: Son las personas que habitan en los campos de Chile. Generalmente campesinos, labradores y jinetes. El origen de la palabra aún se discute pero hay dos teorías: La más aceptada sería que la palabra "huaso" proviene del idioma quechua, y significa "anca de las bestias o lomo". Por la característica de montar a caballo ampliamente utilizada en el campo chileno. Con el tiempo la palabra habría variado a huaso, que es el término que se les conoce actualmente. La segunda teoría dice que se les llamaría así por venir de la palabra "guaso" termino español de Andalucía para referirse a lo mismo, a la gente campesina.

La vestimenta de un huaso consiste básicamente en Chupalla (de amplia ala para protegerse del sol), Poncho o manta, pantalones, cinturón bordado, polainas y botas. Se hace distinción entre lo que sería la ropa de trabajo, la de uso diario y la elegante. Esta última se caracteriza por sombrero de paño con amplias alas almidonadas, manta muy bien tejida, chaquetilla corta, con una hilera de botones en las mangas, camisa, pantalon negro con pequeñas lineas verticales y planchado, cinturón bordado, polainas, botas lustrosas, taloneras y espuelas, este traje generalmente es el más aceptado a la hora de bailar cueca, que es el baile nacional de Chile. También existe la cueca campesina, de vestimanta menos elegante más de diario, sin manta y camisa a cuadros, pañuelo en mano, pantalón arremangado y ojotas de cuero. Los huasos están desde la quinta región hasta la región de los lagos.


Casas de adobe en Bajo Perquin, Colbún


Puerta mil veces tocada...

El paisaje de Bajo perquin está matizado por constantes y variadas casa patronales, grandes construcciones de adobe, que se levantan añosas y tratan de resistir el paso de los tiempos.

Sus interiores, son grandes espacios, oscuros en si, ya que estas amplias habitaciones tenían minúsculas ventanas, cuya escasa luz no logra entibiar de claridad estos rincones.

Leyendas de Bajo Perquin en la comuna de San Clemente


El ángel y el Cachúo

"No te preocupes, abuela, no me da miedo pa ná.... ¡Soy re-valiente!"- Dijo Marita, envolviéndose la cabeza con un chal tejido, mientras caminaba hacia la desvencijada puerta de la casona de adobe añoso. Sus pasos tropezaban torpemente con las maderas del piso, levantadas por los fríos inviernos y las cuales nunca habían conocido la cera. -"Pero mijita, quédese a dormir hoy, mire que el sol ya está casi escondiéndose y en todo lo que tiene que caminar, capaz que se le oscurezca antes de llegar al puente colgante"- intentó la abuela de convencerla lastimeramente, y tenía razón, ya el sol descendía quedamente, perdiendo su redondo brillo y bañando de rojo el perfil de "la bella durmiente" (montaña que recibía ese nombre por la similitud de las crestas de su cumbre, con el rostro de una doncella adormilada). La anciana temía que a su nieta la sorprendiera la noche justo al cruzar el desastroso y débil puente colgante, único camino de unión entre las familias separadas por una profunda cañada. "Quédese, mijita, si mañana se va tempranito y alcanza a pillar la vaca antes que le tome la leche el ternero"- Dijo la anciana, adivinando que su nieta tenía labores que atender. Su nieta siempre había tenido la responsabilidad a flor de piel, su madre, murió cuando ella aun no caminaba, dejándole así el peso de toda una casa sobre sus pueriles hombros y arrebatándole años de niñez, tardes de correteos tras las mariposas.
"No pos, abuelita, mañana es lunes y ya sabe todo lo que eso significa... Además, acuérdese que usted misma me enseño a creer en que mi angel guardián existe y me protege"-Dijo la niña con una sonrisa segura en sus labios. Tratando así de poner en una encrucijada a su abuela, para que no siguiera insistiendo.-"Así que si viene "el cachúo", mi angelito sabrá como defenderme". Y dicho esto se dió media vuelta y salio a la penumbra. Su silueta, hasta entonces iluminada por la cándida luz de una carcomida vela, comenzó a desaparecer en la oscuridad, como si se estuviera sumergiendo en las aguas de algún oscuro manantial. La abuela se apoyó en la puerta, tratando se abrir al maximo sus agotados ojos, para ver lo más posible a su nieta. "Cuidese mijita.... cuidese"-alcanzó a murmurar, y no levantó la voz, ya que sabía que de nada valía.
Obstinada y decidida, Marita (cuyo verdadero nombre era María como su madre), miró por ultima vez la casa de su abuela, cuya frágil silueta en la puerta, recortada por la titilante luz de la vela, ya apenas se distinguía el horizonte.
Agachó la cabeza y comenzó a caminar por el estrecho callejón, lo más rápido que la energía de una niña de 13 le permitía. El callejón era largo y solitario, enmurallado a ambos lados por frondosas matas de mora aún en flor, cuyos pétalos ya eran apenas tibios puntitos blancos en la oscuridad espinosa. "Cuando maduren, vendré a sacar mucha y venderé la mitad, para comprar harta azúcar y así tener mermelada todo el invierno".- Pensó casi saboreando ese recuerdo en su paladar. Abajo, los pies se le enterraban en el aún tibio trumao, le gustaba eso, era como caminar entre las nubes , aunque eso significara que tendría que sumergirlos en un lavatorio con agua antes de irse a dormir. ¿Su papá la estaría esperando? -"Seguramente ya está curao onde oña Rosa, la que vende vino"- se contestó.
De pronto se detuvo congelada: había olvidado la casa abandonada al final del callejón, y ya estaba cerca de ella. La casa del finao Vasquez, antiguo trabajador del ex fundo "Mariposas", a quien los patrones le dieron el adobe para que se construyera una casa en el fondo del potrero, y de paso cuidaba de noche que no entraran por detrás a robar la cosecha. Hace años la casa estaba sola, y ya no era ni la sombra de lo que fue, aunque siendo sinceros, lo que nunca fue.
Apresuró el paso, se dió cuenta cuanta razón tenía su abuela, ya la luz había abandonado todo aquello que no fuera de un color claro, recortando duramente el negro horizonte con el frío cielo que huraño, le permitía asomarse tímidamente a las primeras estrellas, las más brillantes por ahora. Algo sonó junto a ella, dentro de las matas de mora, se sobresaltó y apuró el paso del todo. Pudo ser un conejo, bien se sabe que aprovechan la oscuridad para saborear las cosechas vetadas de día. Pero no era el momento de comprobar esta teoría. Por sobre su cabeza pasó en vuelo rasante un "porotero", ave nocturna cuyo tenebroso canto musicalizaba perfectamente la ocasión. -"Pucha, ya estoy que me devuelvo"-Pensó. Pero también pensó en un día sin leche para vender, por no amarrar a tiempo al goloso ternero. Estaba en esas divagaciones cuando se encontró frente a frente con la odiada casa. Como un flash se le vino a la mente la historia que siempre contaba el finao Vasquez : -Cierta desgraciada noche, en que llegó tarde, siempre tarde y siempre pasado de copas, se bajó de su caballo con un costalazo que le deja un rato en el suelo. Su viejo caballo (abstemio por suerte, si no ambos vagarían perdidos hasta el amanecer) lo miraba como casi avergonzado por el papelón de su amo. Una vez que cogió el vaivén del suelo, el borracho se incorporó y entro a su casa, las pulgas felices le dieron la bienvenida saltando en sus piernas y preparándose para el banquete nocturno. Tal vez ellas a esta alturas también estaban alcohólicas. A trastabillones buscó la cama a oscuras, en la dirección en que la había dejado al salir, y al encontrar su esquina de un doloroso tropiezo, se sentó en ella. Abrió un poco la ventana de en junto, para que se esfumara algo ese nauseabundo olor a sábanas nunca lavadas, y colchones orinados en sueños donde acudía lúcidamente a un baño. Se quitó la camisa solo dejándose la agujereada camiseta, para luego sacarse las botas de goma, cuyo bofetón de aroma dio por muertas algunas cuantas pulgas del lugar, algo así como "control de población". Finalmente se sacó los pantalones quedando con el trasero al aire, ya que los últimos pares de calzoncillos roñosos habían quedado olvidados en algún canal en su ultimo baño. Se metió a la cama , se tapó con la frazada de lana cruda, y sopló la vela para apagarla. Más de alguna risa atontada dejó escapar al recordar que ni siquiera se había molestado en buscar y encender una vela. En menos de un minuto el criadero de pulgas estaba dormido en profundo ronquido. En sueños, y muy bien arregladito, el borracho iba a las carreras a la chilena, flirteaba con la comadre que metía abundantes empanadas en el horno de lata, y feliz, lograba que el guatón Nuñez le invitara una garrafa de pipeño del bueno. Bebió y comió a destajo, riendo exageradamente hasta que le pasó algo que nunca había sentido: Su pierna derecha se congelaba. Despertó, con un punzante dolor de cabeza, confundido por su aterrizaje en la realidad. Asustado comprobó que su extremidad no sólo seguía fría, si no que ni siquiera estaba en la cama. Cual destapador de corchos su pierna salía por la ventana a lo profundo de la noche. Reparó en que su tórax y la otra pierna actuaban como ancla impidiéndole al cuerpo del todo salir. Pero algo le quitó la borrachera de un plumazo, arrancándole un grito pavoroso de su garganta: Algo como manos huesudas y frías jalaban de su pierna intentando arrastrarlo al agujero de la ventana... Con esa fuerza sobre humana que da el pavor, logró zafar la arañada pierna y en menos de un segundo ya con toda la casa atrancada, el borracho estaba hincado rezando en medio de la habitación. "Nunca más..."-repetía. Ese nunca más que tantas veces recorrió su garganta, pero ahora cobraba una fuerza por el nunca conocida. Y ahí en el suelo, se dice que lo pillaron los peones. Su historia no convenció a nadie, nadie le tenia paciencia a los cuentos de borrachos, aunque no fue de menos extrañar que nunca más se le viera en una cantina.-
Marita estaba congelada, su mente a mil trataba de tomar una decisión: ¿pasaba por en frente de aquella casa o se devolvía a la casa de su abuela?. Leche, ternero, dinero, pobreza. Tantos factores y tan poco tiempo para decidir. Su reconocida responsabilidad terminó por ganar. Despacio y con los ojos bien abiertos caminó casi en puntillas por frente de esa casa cuyas ventanas semejaban vigilantes ojos y su inexistente puerta, una boca a punto de devorarla. Los segundos parecían horas. ¿Tenía frío o calor? No lo sabía y no se detendría a decidirlo. Apenas un grillo se escuchaba en la lejanía y algún sediento zancudo hurgaba en su frente.
Por fin había pasado lo peor, el frontis, el ecuador, el punto cero entre el allá y el devolverse. Ahora ese frío calor se había pasado a su espalda, pero dentro de poco ya sería solo un recuerdo.
"Marita"- La lúgubre voz provenía del interior de las ruinas.- "Marita"- Repitió dejando en claro que no era producto de su asustada imaginación.
La niña sintió todo el cuerpo agarrotarse y sujetarla en ese lugar contra la voluntad de su alma aterrorizada.
"Marita... Niña"- repitió levantando la voz.
Esa frase fue suficiente para que la joven, como siendo liberada por otra niña en el juego de los "encantados", lograra recuperar el movimiento y huir despavorida rumbo al puente colgante. Corrió como nunca, el chal en su cabeza amenazaba con abandonarle en cualquier momento en su furioso flamear. El callejón ahora en bajada, se transformaba en una pendiente, que amenazaba con tirarla al suelo. Y así ocurrió. En un mal paso la niña cayo , pesadamente de bruces, arrastrándose por la gravilla. Un pensamiento furtivo la asaltó: -"Estamos en luna llena, noche preferida por el cachudo para aparecerse"-. No sabía el origen de ese recuerdo, pero sí que en alguna ocasión lo había escuchado, más no lo validó por considerarse poco supersticiosa. Pensaba esto cuando sintió algo sobre ella...algo que al respirar gruñia. Boca abajo y con los ojos desorbitados giró la cabeza para mirar al lado y vió la pata de un animal, de un lobo gigantesco que estaba pisando su chal. Ella prisionera entre las 4 patas de la bestia no sabía si moverse. El animal gruñia cada vez mas alto, en tono amenazador. El tiempo pareció congelarse. "El diablo"- pensó, e inmediatamente gritó sin emitir sonido, grito mentalmente a su ángel protector, si existía, ciertamente esta era la ocasión para aparecerse. La bestia gruñia y babeaba sobre la niña, una gota de esa saliva cayó sobre la nuca de Marita, que en un arranque de pavoroso valor agarró la pata del animal y lo mordió con tal fuerza que un aullido sorprendido desgarró la noche.
Marita aprovechó ese microsegundo para levantarse y correr, pero la bestia le sujetó con sus fauces el chal, regalo de su abuela. Era claro que no le quería dejar marchare. Se desprendió de la prenda y echó a correr con todas sus fuerzas, atras, el sonido de pisadas del lobo corría al mismo ritmo que ella. "¡Angel mío!" - gritó desesperada- "¡Protégeme Angel mío!". Escuchó como la bestia gruñó con mas fuerza como respondiendo, o tal vez acallando su llamado para que nadie le escuchara. Nuevamente las fauces la sujetaron de las prendas, ahora mordiéndole el vestido y reteniendo su huir. De un fuerte tirón rasgó sus vestiduras, lográndo desprenderse otra vez. Abajo, en lo profundo de la quebrada el rugir del río cordillerano cada vez se oía más fuerte. Llegó hasta el comienzo del puente. Lejos la luna llena se asomaba, curiosamente como saliendo de la boca de la bella durmiente, e iluminaba de blanca palidez las tablas por medio, quebradas y podridas del añoso puente. Sin pensarlo dos veces se echó a correr por la débil estructura colgante, saltando de tabla en tabla, y haciendo al puente bambolearse peligrosamente. Abajo el rugir del agua inexistente a la vista, sonaba en toda su plenitud desde el fondo de la oscura quebrada. El golpeteo de la corriente en mil piedras no le daba la oportunidad al puente crujir, quejarse de dolor por la sacudida de la despavorida carrera de la niña.
¡Crack! -sonó, una de las separadas tablas no resistió su peso y se partió en dos dejando caer la niña y hundiéndole la pierna en el amplio agujero, inmovilizando su huida. Afirmada de los restos del tablón la niña pudo sentir como el puente volvía a vibrar ahora sacudido por las pesadas pisadas del animal. Sin planear nada, no habia tiempo, arrancó un trozo puntiagudo del quebrado tablón y, como pudo, lo apoyó apuntándolo a la oscuridad, hacia el comienzo del puente, en donde ya se hacían visibles un par de ojos, que a saltos y a toda velocidad, se dirigían hacia ella.
Levantó el tablón y cerró los ojos apretándolos con fuerza. Sólo sintió un golpe seco en el tablón el cual le fue arrancado de sus manos acompañado por un alarido espeluznante. Abrió los ojos justo en el momento que veía que el gigantesco animal, con la estaca clavada en el pecho, caía pesadamente sobre las tablas quebrándolas y agitando como un liviano pañuelo toda la estructura del puente.
Se afirmó con fuerza de uno de los cables de los costados que le salvaron de correr la misma suerte de aquella bestia, que cayendo al abismo, se perdía consumida por la rugiente oscuridad.
Asustada pero aliviada, esperó que el puente dejara de agitarse, para después subir su colgante pierna y tumbarse agotada sobre un trecho de tablas de la ultima reparación, y que se veían seguras.
Jadeaba la niña aliviada, como no creyendo, como presa de una pesadilla de la cual quería despertar. En el firmamento las estrellas brillaban como sólo en la cordillera saben hacerlo, y la luna avanzaba lentamente, lejana a todo aquel acontecimiento.
Toc, toc, toc.... El puente comenzaba a agitarse nuevamente, dejando de manifiesto que alguien caminaba por él. La niña se sentó dirigiendo la mirada a la dirección de los pasos. La luna comenzó a bañar los hombros de una figura oscura, recortándola del fondo, revelando un amplio sombrero de ala ancha sobre su cabeza y un negro poncho que le llegaba hasta las rodillas.
Era un hombre alto y delgado, que tranquilamente caminaba hacia ella, como indolente a lo ocurrido. "Será Don Carlos?, le pediré que me lleve a la casa"- pensó la niña calmándose y sintiéndose repentinamente segura ante la presencia de esa alta figura de hombre... alta.... demasiado alta para ser alguien del lugar.
"Marita"...- Su voz le sonó aterradoramente familiar. -"Marita...Niña"-dijo inundado con sus palabras todo el lugar, acallando incluso el rugir del profundo río.
"Marita... Niña... haz facilitado mi trabajo". -La niña descolocada abrió la boca, pero no salió ninguna palabra de ella. 
"Marita... Niña"-Continuó la figura-"¿Acaso no crees en ángeles? Tu abuela fué sabia al contarte la existencia de los seres de la luz y oscuridad. Pero, sin embargo, en su enseñanza, olvidó contarte un detalle, tal vez porque ella misma lo desconoce."
-"N-n-no entiendo"-murmuró temblando la niña.
-"Niña...tu ángel existe...pero nunca te contaron que para defenderte de mi, debe materializarse en algo tan poderoso, que sea capaz de enfrentarme"-
Los ojos de la niña se abrieron al máximo, casi a punto de desprenderse de sus órbitas.
-"Así es mi niña, te haz deshecho de tu ángel"-dijo con voz burlona a la vez que se avalanzaba sobre la niña cubriéndola con su poncho, el que se abrió majestuosamente como si fuesen alas de traslúcida membrana... Sólo un grito ahogado se escuchó a la lejanía...

Fuera de la cantina, los borrachos alegres y conversadores desataban sus caballos de la tranca, aprestándose a subirse a ellos para regresar tambalantes a sus casas.
Nadie les creería que vieron recortándose sobre la luna, la negra silueta alada de un cachudo volando... Y mucho menos les creerían que en sus brazos parecía llevar un bulto. Algo que se asemejaba a la figura de una niña...

Alvaro ilustrador

La bella durmiente en la cordillera de Colbún.

Plácidamente durmiendo se encuenta esta montaña.

La montaña más popular de la zona es conocida por los lugareños como "La bella durmiente". Posee el perfil de una mujer recostada en su cima. Se encuentra ubicada al interior de Talca, en la comuna de San Clemente, en las riveras cordilleranas del lago Colbún.

Armerillo, cordillera mágica

Enclavada en las faldas de la cordillera, Armerillo es una pequeña localidad que ha quedado un poco relegada del progreso. Antiguamente el camino a los baños del Médano, llevaba mucha gente a este pueblo en donde se celebra anualmente "el Festival del Copihue". Pero el progreso ha construido la carretera por otra ruta, lo que ha dejado un poco elegada a esta comunidad. Sin embargo, esta paz y tranquilidad también ha traído el beneficio de ser el lugar ideal para veraneo y acampar, a todo aquel turista que llegue a ese lugar. El "puente de los vientos" (llamado así porque el viento nunca parece cesar) ofrece terreno ideal para acampar y hacer asados en grata compañía.hay pozas de aguas cordilleranas y cristalinas cerca de este lugar.

Leyendas de Bajo Perquin, En la comuna de San Clemente

Leyendas de Bajo Perquin.

La noche cae plácidamente sobre las tierras del valle, comienza el cantar misterioso las aves y criaturas del lugar, algunos dicen que son los guácharos, los pájaros ciegos, que revolotean aprovechando la ausencia de luz que daña sus delicados ojos, otros aseguran que son los brujos que salen a merodear y a martirizar a los mortales. En la lejanía, y en la orilla del caudaloso río, los pescadores hacen sus fogatas, única fuente de luz que quiebra la oscuridad. Al caminar por la rivera, me cruzo con uno de ellos. Delgado anciano, de marcados rasgos Quechua, mirada cansada sobre una cana barba, en cuclillas hábil y equilibrado, muy abrigado con coloridos tejidos para arriba, pero en roñosos calzoncillos y pies descalsos sobre la arena mojada. Sobre sus hombros quedaban resto de "mixtura" que indicaba que durante el día algo se había celebrado. Me dirige la palabra, pero no le entiendo lo que me dice. -"Tu no eres de aquí"- me dice a continuación.- "¿Cómo lo sabe?"-respondo descolocado. -"Te he hablado en quechua y no me haz respondido". Bastó un pequeño intercambio de palabras para que la confianza se hiciera presente y se instalara en nuestra conversación. Plácidamente sus palabras como arrancadas del río comienzan a fluir, a ser un acompañamiento más de las luciérnagas que furiosas respondían con sublimes chispazos a los relámpagos de las nubes en el horizonte. Maico era su nombre, es de origen quechua, su piel curtida por el sol y aderezada por la humedad, dejaba verse aún con la titilante luz de las llamas que la fogata, las cuales danzaban torpes tratando de imitar el vaivén de las caderas de una bailarina de"kullawada". La noche siguió avanzando, y el viejo como divino tesoro extrajo de una vieja bolsa, coloridamente tejida y guardadora de secretos milenarios, un puñado de hojas de coca, y me invita a "Pijchar" (mascar la hoja). Aunque al principio no me gusta su sabor, lentamente se adormece mi boca y es reemplazado por el cadente y adormilado mascar de las hojas de ese milenario arbusto.
Al soltar su mágico jugo, las historias comienzan a fluir, en un muy mal español, que deja impúdicamente escapar más de alguna palabra en quechua, huaraní, o algún otro dialecto que para alguien poco experimentado como yo sería difícil de clasificar (y que lamentaré no poder imitar exactamente para relatar aún mejor mi experiencia). En las sombras, entre los arbustos, los grillos por un momento se silenciaban, se perciben los abiertos ojos de las criaturas nocturnas de la selva, que dejan de lado sus quehaceres para prestar el máximo de atención a lo que Maico comienza a narrarme:
-"¿Haz bajado por la escalera del chorro?"- Me pregunta. "Si" - le contesté.-"Y , ¿haz contado cuántos escalones tiene?" -"¿No, por qué?" - dije mirándole asombrado. - "Porque en noches de luna llena como ésta, ocurre una peculiaridad... Se dice que hubo un joven trabajador de apellido Quispe, quien trabajó en la construcción de la escalera, junto a la pequeña cascada. En una ocasión, se quedó trabajando hasta muy tarde, en una noche de lluvia tormentosa, cuidando que el cemento no fuera desmoldado de la madera que le retenía. Sorpresivamente, vió en el chorro de agua que cae por el lado, una pequeña niña que le miraba. -"Eh, niña, vete a tu casa que te estás mojando"- La niña palideció, con rostro inexpresivo. El trabajador se acercó a ella para preguntarle que por donde había bajado hasta ahí, y decirle que no podría subir por la escalera de cemento freso. Pero al acercarse, cual un alma, la niña retrocedió adentrándose en las aguas del chorro, y perdiéndose en ellas como una vela extinguiéndose suavemente. El trabajador desesperado corrió a salvarla, pero cual sería su sorpresa al meterse en la cascada, no pudo encontrar nada ahí. Esa noche no durmió. Al otro día espantado corrió a contar lo que le había ocurrido, al pueblo de Villa Tunari, pero sólo logró arrancar carcajadas entre quienes le escuchaban. Más, de la muchedumbre, avanzó una anciana, que le preguntó que cómo era esa niña. Al describirla, el rostro de la anciana palideció, coincidía perfectamente con la descripción de su hija, muerta hace muchos años precisamente en el chorro de agua. Narró su historia a los presentes: la desdichada niña, en un caluroso día, bajó a refrescarse en el chorro. Alegre y vivaz como era, sus risas inundaban de música y competían con el ensordecedor ruido de las aguas cayendo. Pero una vez al interior de las aguas, sorpresivamente le cayó en el cuello, una víbora que venía nadando por las aguas altas del manantial. El reptil, traicionero, mordió a la niña inyectándole su mortal veneno. La pobre se desplomó como un ángel sin alas sobre el empedrado fondo. Se dice que las víboras son animales muy celosos que no gustan ver risas en la boca de la gente. Tras la muerte de la niña, el pueblo cayó en luto. Y como era una niña muy pobre, su madre no tubo para enterrarla en un cementerio. Así los restos del ángel fueron sepultados cerca del lugar de su muerte. Aquella cascada que le vio reír y morir, en un desdichado día. Desde entonces hay quienes aseguraban haber escuchado la risa de una niña en el fondo de la cascada" . -
El viejo sacó algunas hojas de adormecente coca, me dió un poco y las restantes se las echó en su boca y mascando devotamente, continuó su relato.-"Varias noches después, el trabajador, obligado por su capataz, amenazado de que no se le pagaría su labor, se quedó nuevamente terminando la escalera hasta avanzada la noche. Cuando estaba ya a punto de terminar el último escalón, un sonido le congeló la sangre... Era el sonido de unos pasos que quedamente descendían por los peldaños, más nadie se veía producirlos. El miedo fué tan grande que corrió en dirección contraria adentrándose en lo oscuro de la noche... Alguién contó que a lo lejos unos pescadores le vieron correr al río, y perderse en sus turbulentas aguas. Nunca más se supo de él hasta el día de hoy, y ese inconcluso peldaño se dice que en noches de luna, aparece, para aumentar en uno, la cantidad de peldaños de la escalera del chorro. Se cuenta que si bajas por ella, contándolos, y encuentras ese peldaño faltante, la Pachamama te concederá un deseo, una virtud para tu alma pura. Pero ay de aquel, que presa de la ambición, desee sólo bienes materiales para el disfrute propio... Automáticamente ese deseo bendito se transformará en una maldición, que lo atormentará hasta el final de sus días... y aún más allá.".
Con esas palabras, el viejo concluía su relato. Las llamas casi extintas de su fogata apenas dibujaban un tímido brillo en sus ojos, perdidos en lontananza. Hubo silencio. A lo lejos los truenos parecían aplaudir el relato del anciano. El bolo de mi boca de las ovaladas hojas de coca, me habían adormecido los sentidos, y un sueño de oscuridad avasalladora se instaló sobre mi alma. La falta de costumbre al pijchar, me jugó una mala pasada, relajándome hasta casi quedarme dormido sentado. Así entre cabeceos, y con los párpados adormilados, pude ver, casi de reojo, como el anciano se levantaba sobre la demacrada musculatura de sus piernas. Caminó hacia la orilla del río, lentamente, sin decir palabra.
Y aunque traté de incorporarme, no lo pude hacer. Así entre parpadeos, no estoy seguro, y créanme que hasta yo desconfío de mis sentidos en ese estado... Pero juraría que lo vi sumergirse en las oscuras aguas del río acompañado por una niña... como prisionero de un mal pedido deseo...

Alvaro ilustrador